Testimonio Ceremonia de Ayahuasca por Germinal Francisco Paliuca
26 de octubre de 2012
Está todo preparado, pero falta un integrante. Aprovecho y me pongo a meditar (quería reconectar un poco, o, en todo caso, cortar con la inercia del viaje en tren, subterráneo). Estamos todos en silencio, nos miramos, pareciese haber empatías generales y otras regionales. Llega la última persona, se ubica a mi izquierda (es un muchacho de menos de 30, está con la novia, pero ella se va a ir antes de que comencemos, solamente lo acompaña. Más tarde lo voy a rechazar, más tarde a aceptar). Entra en la habitación Doña Asencia con su hijo. Éste comienza a hablar. Cuenta un poco lo que hacen –su mama casi no habla español-, cómo y por qué; habla de la planta. Él muy sencillo, está alegre y sereno, da la sensación de que las palabras que usa son como digitaciones sobre las llaves de un instrumento de viento. Él y Doña Asencia están en el centro de la ronda (que es más bien una U), y a su izquierda y derecha, Silvia y Jorge respectivamente (se trata del matrimonio que organiza las actividades en el lugar y que también, además de participar, asiste a quienes lo necesiten).
Comienza la ceremonia. Doña Asencia saca una bolsa con tabacos armados –el tabaco, presente todo el proceso del ritual, desde la cosecha y preparación de la liana y la chakruna). Son para convidar. Quise, me levanto a agarrar uno, Jorge me da fuego y me asiente con la cabeza, no sé por que pero me reconfortó; otros también recogen. Asencia comienza a icarar, ¿está bendiciendo la planta, le está pidiendo?. Le sopla tabaco a la bebida, su canto es jovial y alto, se torna triste por momentos, igual transmite una ternura ancestral. Se comienza a beber. El hijo la sirve, nos vamos levantando de a uno. Me toca, me pongo en cuclillas frente a él para agarrar el vasito, la huelo y finalmente me la tomo. Contrariamente a lo que imaginaba, es rica. El ayuno desde el medio día ayudó a que pudiera sentir cómo se me iba extendiendo por el cuerpo desde la boca del estómago. Cuando todos hubieron tomado, toman Jorge y Silvia, el Hijo y por ultimo Doña Asencia. Ella de la botella directamente. Se baja la luz hasta quedar a oscuras y en silencio. Hay que esperar a que comience a actuar.
A los 40 min aprox. –y, realmente a partir de ahora, expresar en nociones temporales es casi un contrasentido; es solo retrospectivamente que se pueden ir reconstruyendo secuencias ordenadas…- Doña Asencia empieza a cantar. De a momentos se incorporan Jorge, Silvia y algunas personas a las que les sale espontáneamente hacerlo, son como ecos algunos, otros como coros, otros continuaciones, y así. Tan gradualmente se habían incrementado la sensibilidad visual y auditiva que me hallo percibiendo a un volumen anormal las respiraciones, propias y de los demás. Hacen en conjunto una envoltura rítmica a los ícaros o a la inversa, es envuelta, o ambas cosas a la vez. El espacio comienza a texturificarse, todo es lo que era antes, pero a la penumbra homogénea que hace fondo se incorporan tramas geométricas discontinuas, en color. Son como una textura, pero no hacen superficie, es algo holográfico y muy sutil. Acá recordé lo que fue una de las dos llaves fundamentales para transitar la vivencia sin miedo o perdida de conciencia. La –valiosísima- indicación de Jorge acerca de la respiración: ser consciente de ella, al margen de cualquier técnica, y no perderla. La otra, fue algo del orden de la fe: a la vez creencia y confianza, una forma de entrega en grados sucesivos (a dios, a la planta maestra, la verdadera anfitriona de la ceremonia, a la presencia de Doña Asencia, a todas las personas que estábamos ahí participando, sin las cuales tampoco era posible actualizar este rito, finalmente a uno mismo: confiarse a sí, abrirse a la guía del canto, apartar las resistencias , sentir. Es casi la actividad en la forma solo aparentemente pasiva de la receptividad. Ahora –escribiendo- me resulta obvia la proximidad en el gesto al modus de la tierra, la creatividad en lo receptivo, la producción fecunda sin acopio. La madre tierra, figura reforzada por la vibración amorosa que emana Doña Asencia, otra madre genérica que nos está sanando, reconfortando, en suma, nutriendo…) Le pido por primera vez a la planta que me acompañe, y me percato que la textura que veo tan etérea es ella, me esta aceptando, está todo bien. Jorge invita suavemente a quién quiera beber un poco más, se servía en el corredor. Sé que puedo, tengo sed, pero no me apuro. Finalmente me levanto, salgo a beber más y le agradezco al Hijo la dosis y la sonrisa con un gesto o diciendo gracias. Entro, me acerco a Doña Asencia y me siento enfrente, ella me hace un gesto para que me acerque más, Jorge lo verbaliza: “acercate”. Lo hago. Es como si todo mi lenguaje corporal estuviera en actitud de recibir. Ella me canta. Me sopla tabaco en las manos juntas, sigue cantando. Me sopla colonia, me ungüenta, canta y me dice “ya está”. No sé cuanto duró. Recién cuando me paro me doy cuenta lo torpe que estoy. Vuelvo a mi lugar con cuidado, estoy cerca igual. Llego a mi colchoneta y me tumbo. Antes había estado todo el tiempo sentado. En ese momento me siento en un estado raro, como –por usar metáforas- una semilla cuando se rompe la vaina, si bien liberada, con todo el trabajo por delante de realizar fruto de ese estado. Me hice consiente de la tremenda cantidad de energía que había en juego en el lugar, en las manos de Asencia en particular, pensé la obviedad: “es una chamana, esto es una ceremonia antigua…”. Silvia ya me lo había advertido. Estoy colmado, ligeramente excedido.
Siempre respiro. Respirar se va convirtiendo en otra expresión del estado: respiro porque estoy conciente pero no fuerzo ninguna respiración, la acompaño –y de hecho fui respirando de diferentes maneras a lo largo de la noche-, cada vez es un trayecto significativo, entrada y salida, estomago o pecho, según, es lo que me mantiene individual en lo que cada vez es más colectivo. Ya habían vomitado varias personas, yo no, ni siquiera nauseas. Cierro los ojos –o no, no hacía mucha diferencia-, quiero dejarme acunar por el canto que siento, lo siento adentro porque el oído está agudizado increíblemente, puedo escuchar la respiración o los murmullos del otro extremo de la habitación, los coros retumban en diferentes puntos. Creo que ya está, que me voy a dormir. Cuánto amor que siento, ese fue otro de los hilos conductores. La vibración general más allá de los matices era claramente de amor y se reproducía en todos y todo a escala, como decía antes, tierra-madre-amor…en todo, ya a nivel macro, ya micro, y todo totalmente individual y totalmente colectivo.
De repente ganas de vomitar, no quiero dormir. Me siento. Despacio, agarro mi balde. Ni bien me asomo, vomito. Se siente increíblemente bien. No bien vomitar, la hipersensibilidad y la vivencia en su estado total se intensifica al 100%. El balde a partir de ese momento es un elemento fundamental, me empiezo a relacionar con él de una manera muy estrecha. Vomito de nuevo, expulso fluidos por la nariz, por los ojos, exudo por los poros, y todo me hace experimentar un gozo indecible. El tacto está hipersensitivo. Todo se va por el balde. No puedo ver el fondo, su borde brilla intensamente y lo envuelvo con mis piernas y brazos. Permanezco mirando hacia adentro. Veo mi vida cotidiana. No es totalmente el presente pero son las cosas que lo constituyen de hecho: relaciones, actividades: se organizan de una manera difícil de describir. Hay algo así como secuencia, pero todo simultáneo. Y, sobre todo, todo está expuesto, como si se mostrara el mecanismo invisible que organiza el actuar, que empalma nuestra persona en el mundo a través de las llamadas actividades, rutinas etc. Pero son todas relaciones concretas es todo lazo y en su desnudez veo cómo actuó, lo que soy. Todo esto es muy fugaz y se organiza no como partes recompuestas sino de una manera que recuerda más al estado líquido, fluidez. Me siento completamente expuesto (nunca dejo de tener la sensación de estar-con-todos), una sensación mezclada, timidez, vergüenza, algo de culpa. Pero esta emoción es cada vez más lejana, va cobrando fuerza una alegría latente que no es emoción del todo, parece más un estado corporal de sonrisa, en todo caso algo más cercano a la paz. Trato de hacerme consciente del entorno. Comienzo a sustraer la vista del balde-agujero. Veo mi brazos, ya no son mis brazos; mis piernas, no son mis piernas, me quedan grandes y son parte del balde, que es mas bien una fuente o un pozo tipo aljibe. Me miro el pecho. Se empieza a descomponer en texturas geométricas de colores (de nuevo como composiciones holográficas, virtuales sobre un fondo amorfo oscuro, continuo. No como una superficie). Me doy cuenta: no tengo cuerpo, pero no porque salí de él, el espacio no funcionaba más. Sigo levantando la mirada y es como si ascendiera también en otro sentido, el de la presencia, o conciencia. Acá el pico, el punto álgido de la vivencia en el curso de la ceremonia: se diluye esa emoción heterogénea que era como algo personal, más de tipo biográfico, soy consiente y sin embargo no hay más pensamiento, en suma, no tengo personalidad. Estoy desprovisto de persona, siento gracia. Tengo conciencia de ser una unidad, hay autoconciencia, pero hay unidad. Están otras conciencias que son unidades y son absolutas, otras pero no son asimismo no-yo, yo como tal no había más, si bien era autoconsciente… lamento sentir a este respecto el borde más radical de la intraducibilidad. Me limito a repetir: totalmente individual, totalmente colectivo, uno en cada uno totalmente, una totalidad absoluta. A iguales partes, por así decir. Una conciencia me sonríe –pero en verdad no había rostro- . Acepto por completo al compañero de mi izquierda. Antes había sentido casi inconscientemente un rechazo hacia él (sin motivos, se estaba muy inquieto desde el comienzo, y simplemente prefería no verlo). Estamos (o ‘somos’ o ‘nos sabemos’; cualquiera de estas palabras da una idea aproximada, todas son inexactas. Todas parecen implicar un locus, doble materialidad en este caso: la de la escritura…) juntos y alegres, su aliento empalma con el mío en algún plano más alejado, reducido ¡y esta vida es tan pequeña desde ahí!¡tan fugaz!, con todas las peculiaridades son iguales: jugamos en una trama material donde hay individuación, y en realidad estamos conectados, y con todo nos enternecemos porque todavía, en la cadena posible de sucesos, coincidimos en ese otro juego, el ritual que estabamos realizando –aggiornado, arrancado a la selva, pero evocado y por ende actualizado-. Entonces soy consciente de que desde ese estado puedo sentir si quiero. Toco. Lo que siento es cómo se ordena una serie de conexiones causales que conectan otra totalidad cambiante: la fisica. Tocaba con el cuerpo, pero se trata de un cuerpo en general. ‘Mi’ cuerpo era ese instrumento impersonal con el que puedo evocar algo así como la experiencia del espacio –por medio el tacto- en general. Parecía como si, siendo lo suficientemente conscientes pudiésemos sentir la totalidad que también nos conecta en el plano tridimensional.
Me re-contextualizo. Siento que vuelvo a ver con la vista sensible. Sigo consciente de la espacialidad del espacio como en el estado anterior pero desde el espacio. Es todo más libre. Jorge está al lado mio, esta calmando a mi compañero de la izquierda, o eso parece. El sonido que está emitiendo reverbera con mucha fuerza a un volumen muy alto, entonces lo alejo. Están a una distancia más lejana. Jorge se aleja (‘Jorge’ es en realidad una entidad que se puede sentir, se ve pero sutilizado, pasa con todos, no hay nombre, no hay cosa, hay la correspondencia, hay presencias. Puedo ver la discontinuidad en el desplazamiento. Él, Silvia, el hijo de Asencia, destacan en que parecen darse cuenta de más detalles del grupo, están capacitados con experiencia). Las piernas de mi compañero de la izquierda se vuelven una serpiente. Yo sé que son sus piernas, pero sé con certeza que la planta se está manifestando. Es como una concesión, un gesto de condescendencia a la vista sensible. Le sonrío. Miro a mi compañero de la derecha (todo el tiempo estuvo físicamente calmo, también éramos cómplices, él cada tanto se ríe), sigue sentado, está cerca. Trato de abarcar el espacio que nos separa con la mirada y no puedo es enorme y, en las irregularidades de la forma, distingo que es la continuación de la serpiente. Esta conectando toda la ronda, entre todos nosotros. No creo que la planta sea así, solo se estaba manifestando, como un obsequio.
De la misma manera que a través suyo se manifiesta la Verdad en una de sus posibles expresiones, la que conforma su ser, a quién esté lo suficientemente preparado, o dispuesto, o lo suficientemente ‘atento’, esa modalidad señalada de la presencia –anclada en el aquí-ahora- que es la fe puesta en practica (“el que tenga oídos para escuchar, escuche”, se cuenta que decía Jesus…).
La autoconciencia va cediendo lugar a la conciencia colectiva, el ritual en sí. Mis movimientos, son mi producto, pero no hay voluntad, hay expresión. Hay multiformidad, mis muecas expresan motrizmente el sonido, el sonido expresa (en la predominancia del icaro) algo primigenio, es una especie de retrogradación: tribu-juego-niñez. El movimiento cobra protagonismo, se hace significativo. Comienzo a oír que vomita uno, otro, al lado y en frente, yo quiero también, agarro mi balde (en algún momento lo había soltado) siento que produzco materia liquida para soltar, como si de diferentes partes fuera lo que sobra hasta la boca del estomago para salir afuera finalmente. Sale. Veo entorno, estamos a cielo abierto, qué gozo produce vomitar es impensable –al menos para mí- en otro contexto. Es bosque, somos otros nosotros, nos-otros. El balde instaura una ruptura y una comunicación, a la manera de un axis mundi, el mío, es una abertura o una envoltura, según lo requiera, o la dirección del canto, la extroversión en el vomito o la introversión en el retraimiento corporal en mi animalidad más basica: pozo o útero. Puedo meterme en el en posición fetal cabeza abajo, puedo girar y escupir en el hoyo, hago muecas deformes, sonrío, no importa porque está todo bien. Poco a poco, instintivamente se va terminando todo. En un momento antes de dormirme definitivamente, quiero salir al baño. Voy me mojo la cara y me veo en el espejo. No siento nada particular, es una imagen familiar, soy yo, pero no experimento nada en particular: una cara un cuerpo, no me detengo casi nada, no me interesa. En el corredor hay alguien sentado fumando, ¿es mi vecino, el de la izquierda? Pareciera, tuve ganas de decirle algo o tener algún gesto, pero no me pareció oportuno. Lastima que al otro día se fue antes del desayuno, le hubiese contado esto. Me acuesto y, como un animal, me duermo sin mediación de ningún tipo.
Me despierto boca arriba, de piernas estiradas. Respiro lo más profundo que me sale, giro y dormito unos minutos más, me siento bien, pero cansado. Silvia está abriendo la ventana, entra más luz y me incorporo. Desayunamos, compartimos experiencias. Es una instancia que siento valiosa, pero muy complicada, no solo por la naturaleza de lo que se intenta compartir, más básicamente, la ceremonia está todavía muy próxima, la mente está resentida. Quiero ordenar las ideas, para cuando sea mi turno de contar, pero es imposible, no puedo pensar ordenadamente, ni hacer procesos básicos de abstracción. Me limito a escuchar; independientemente de lo peculiar de cada vivencia, casi todos coincidimos –lo que es una linda confirmación- en la sensación de comunión. Trato de contar como puedo mis impresiones, me siento más distendido después de hablar. Me concentro un poco en mi estado. Tengo dos sentimientos claramente decantados. Siento gratitud, siento humildad. Una humildad doble ya que, del lado de allá, tengo la impresión de haber vislumbrado apenas y vagamente una Verdad. Verdad que seguro no se expresa de una sola forma, ni a la que se accede por un camino unívoco, pero que es Una y es de un orden espiritual o cósmico (poco parece importar realmente el marbete) pero que seguro no se trata una verdad histórica, de esas verdades que resultan de mecanismos de producción, que, ancladas en practicas sociales -con sus invisibilidades en la naturalización sedimentada por el hábito, sus eficacias estratégicas más o menos duraderas-, hacen sistema con principios explicativos provisorios, que se articulan en las correspondencias entre sistemas filosóficos o económicos, políticos o científicos; verdades que seguro constituyen en gran parte la trama del juego, pero no explican las condiciones del juego mismo, tampoco alcanzan al ser de los que estamos jugando en tanto jugadores, ser que no se agota en el rol (no es casual que en el teatro latino: persona = mascara usada por un actor para interpretar un personaje). Por otro lado, el de acá, un sentido de humildad producido por el vislumbre de la riqueza inabarcable que nos rodea y asiste en lo material, en esta vida que cada uno estamos viviendo en este momento, componiendo la faz mutable, fugaz del mundo. Riqueza en la presentificacion de la existencia (que tan fácilmente se desatiende a veces perdiéndose en la inercia, tensión de una temporalidad virtual – rememorando un pasado que contamina el ahora, o, en la expectativa que anticipa un futuro- en la que lo queda desdibujado es el presente mismo). Humildad que mueve a ejercitar simplemente la atención en la vida cotidiana, destinada a reconstruir en los detalles, en las cosas que parecen no tener importancia, lo que nos conecta con las demás personas, con las demás cosas, con nosotros mismos, con el medio. ¿es el vehiculo para acceder a la verdad, el amor? ¿ la belleza la expresión? ¿el criterio, la simpleza?
Agradecido, digo, por esta donación vivenciada que es como un zumbido que se comienza a introducir en el sueño, lejos, lejísimo todavía de ser un despertar. Algo que debe ser digerido –no tanto procesado racionalmente sino- fácticamente asimilado. Ahora contorneado desde afuera verbalmente para ser compartido, pero bajo la forma de un “vos también podes”, sea por esta vía u otra; como de chicos cuando uno se aprendía un juego nuevo, después lo compartía en la escuela con alguien, y la emoción de contarlo no es todavía el juego, pero es algo.
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