Mundo Originario

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Múltiples culturas rinden culto a la Naturaleza. Desde la Selva, hasta las Montañas, todos rinden su devoción a Madre Tierra.

 

Testimonio Ceremonia de Ayahuasca por Rogelio F

20 de enero de 2015

Urkumanta tiene una dinámica que es parte de la experiencia, así que todos los hechos son pertinentes.
Mis experiencias previas con dmt fueron dos con cebil (una de ellas jalando once semillas molidas potenciadas con aurorix, de la mano del intenso Jorge Gimenez), y una con una botella de ayahuasca contrabandeada del santo daime por un amigo que era capaz de fumarse los dogmas para drogarse, y sabía que yo no.
Todas a principios de los años 2000.
Las de cebil fueron interesantes pero suaves, la de ayahuasca la corté voluntariamente porque me asusté: todavía vivía en lo de mi madre y quise aprovechar un rato que la casa había quedado sola para hacer el viaje, y cuando empecé a subir me dí cuenta de que mejor no. Prendí las luces, salí a la calle, escapé del mambo.
Todas mis demás experiencias enteogénicas y psicoactivas fueron fuera de contextos ceremoniales, y a excepción de aquella con Jorge, nunca tuve guía, contención o asistencia.
Vía facebook conocí la página Urkumanta. Escribí, hablé por teléfono y me presenté para dejar la seña por la reserva de un lugar en la siguiente toma de ayahuasca.
Cada contacto fue dejando una sucesión de impresiones.
Jorge y Silvia son dos personas de más de cincuenta años, pequeñitos, de habla suave. Al pedir reserva para la toma de ayahuasca, Silvia me insistió telefónicamente en que debía realizar antes una “meditación”. El uso de la palabra “meditación” cambió tanto desde los 60 hasta ahora, que tiendo a entrecomillarlo mentalmente hasta saber en qué sentido lo usa quien me hable.
En este caso, la “meditación” consistía en una performance idéntica a la ceremonia de toma de ayahuasca. Me pareció a partes iguales una idea práctica imprescindible para los anfitriones, y una molestia innecesaria para un hombre experimentado como yo (-ejem, cof, cof).
No me daba el horario para asistir, pero me ofrecieron un horario alternativo y me quedé sin excusas. Algo de interés también tenía, muy poco. Al dejar la seña, Jorge tomó a los presentes y nos dió una charla introductoria que yo tampoco tenía en agenda. Me quedé por cortesía hasta que se me hizo demasiado ajustado el tiempo y me retiré, con varias sensaciones.
La primera es referente al espacio físico: es bellísimo. Siempre que veo lugares así me pregunto cómo se consiguen, cómo se mantienen. Quiero uno. Esto ya me predispuso hacia los anfitriones de cierto modo, entre la envidia suspicaz y la gratitud por el ambiente provisto. Desearía no ser tan choto, pero bueno.
El discurso de Jorge no me había dado nada nuevo, pero dentro de las generalidades posibles de ser dichas en quince minutos, las que eligió son las que mejor me suenan en este momento de mi vida. “La incertidumbre es lo que te va a llevar a través de la experiencia”, fue la frase compradora.
El resto de la charla me pareció necesaria, nuevamente, sólo en el contexto de estar Jorge y Silvia a punto de ser anfitriones de una docena de posibles brotes psicóticos.
Para quienes padecemos el síndrome “soy de los cuarenta del galpón del sur”, absolutamente todos los demás son unos recién llegados que no saben nada y hay que explicarles todo. Entendí los riesgos de recibir en tu casa gente que nunca se drogó, y me pareció, desde esta perspectiva, de total sentido común toda la previa que te obligan a hacer, que incluye llenar un formulario con preguntas como si padecés alguna condición psiquiátrica o clínica.
No me quedaba claro si el lenguaje excesivamente simple que usaron era una limitación de ellos o de la circunstancia. Tampoco me quedó claro en el momento si tenían o no respeto por los peruanos que les enseñaron a ellos las ceremonias. Esta duda se disipó luego: no solamente respetan a sus maestros sino que parecen tener con ellos un vínculo de mucho aprecio y afecto.
Me quedó también la impresión de que llegaron a la planta buscando resolver algún tema propio específicamente de salud, y que en las tomas fueron encontrando la necesidad o cauce de dedicarse a brindar las ceremonias, desde un rol de anfitriones o chamanes. No sé si se consideran a sí mismos chamanes, no pregunté, pero ofician un rol similar al que entiendo que desempeña un chamán: convocan, dan la bebida, cantan, soplan tabaco, hacen imposiciones de manos.
Terminé encontrando que todo es útil, todo tiene un resultado práctico no siempre expresable pero tangible.
Finalmente, me quedó la certeza de que están en la empresa de instalar las ceremonias de toma en Buenos Aires, y enfrentando las dificultades de todo trasplante cultural con bastante sentido común y la modestia propia de los actos que se realizan sólo porque la realidad los exige: hablan desde el principio maravillas de la planta pero poniendo énfasis en que la experiencia la realiza o inhibe uno mismo, que rara vez se encuentra lo que se va a buscar, y que se la puede llegar a pasar bastante mal. Insisten por eso en realizar las ceremonias previas y una dieta sencilla, como para minimizar las aristas duras de la experiencia.
Les hice caso y unos días después estuve en una de sus “meditaciones”.

Segundas impresiones: ceremonia sin toma

El día de la performance -por motivos personales prefiero llamarla así antes que “ceremonia” o “meditación”- me presenté a horario y conocí el lugar donde se realizaría la toma: un salón de unos 5×15 piso de madera, paredes naranja pastel, techos blancos altos, ventiladores de techo y aire acondicionado, ventanas con doble vidriado y cortinas opacas. Placas de goma espuma delimitando espacios individuales por todo el piso y almohadones para la cintura. Unas veinte personas sentadas o acostadas, esperando en silencio.
Se me hizo evidente la primer diferencia con el contexto original de la ceremonia: los participantes no se conocen entre sí. No hay comunidad entre nosotros.
Tampoco tenemos una idea clara del objetivo al asistir: algunos de nosotros buscamos ayuda para diversos fines, otros buscamos emociones (estoy en los dos grupos), ninguno está muy seguro si es acá donde se encuentra. Imaginé que un nativo de la cultura de origen de esto, independientemente de que llegara a la ceremonia con más o menos conocimiento, miedo, etc., no tendría en general muchas dudas de qué va a buscar y de si lo va a encontrar o no.
La gente terminó de llegar laxamente, y nos dan algunas indicaciones sencillas: lo importante es fijarse qué pasa en el cuerpo durante la ceremonia con los cantos y la música, y tratar de no engancharse con los pensamientos. Mejor permanecer sentados para que nos puedan soplar tabaco si así le surge a los anfitriones.
Cierran la puerta, empiezan los cantos y empiezo a querer matarme. Nunca aprecié los cantos chamánicos.
Pero rápidamente también me doy cuenta de otra cosa: tengo miedo.
No sé de qué, pero encuentro tanto que la experiencia psicoactiva me sigue asustando cuando estoy a sus puertas, como que la fama del ayahuasca de contactarte con inteligencias inhumanas me afectó.
Fiel a mi costumbre de responder a la superstición con más superstición, me tracé un símbolo protector de rei ki, y traté de relajarme diciéndome que justamente a esto es a lo que vine.
Rápidamente también me siento agradecido de haber asistido al boceto de ceremonia: si estuviera bajo los efectos de una planta desconocida y me empezaran a cantar de este modo, posiblemente me diera mucho más miedo. Es bueno tenerlo ya ensayado, ya medianamente conocido.
Jorge y Silvia van alternando cantos con instrumentos tradicionales mientras van pasando frente a cada asistente. A veces sacuden hojas sobre nosotros, a veces circulan un palo de lluvia. En cierto momento nos soplan tabaco sobre la cabeza, muy de cerca. Siento el calor en el cuero cabelludo y el olor del humo asentándose en mi. Es agradable.
Al rato de la performance noto otra cosa más: ganas de moverme y facilidad para hacerlo. Estoy aburrido de estar quieto y de los cantos, pero también descubro que el cansancio y agarrotamiento con que había llegado remitieron: estoy fresco y elástico.
La performance termina poco después de eso, y descubro que me afectó de un modo inesperado pero muy preciso: estoy fresco, vigorizado, relajado, y con una sensación física específica de expansión interna, de ocupar mi alma todo mi cuerpo, que tengo asociada con los escasos momentos en que estoy absolutamente centrado y en contacto con lo que llamo mi yo interno. Todo duró alrededor de una hora.
Me sorprende gratamente que algo tan menospreciado por mi como cantos chamánicos tengan un efecto tan claro y contundente, siendo que además es una de los estados que más busco y rara vez encuentro. Medio que ya no me interesa tomar el ayahuasca.
Pero ya pagué la seña, así que a los pocos días estuve ahí, dietado y en ayunas.

Terceras impresiones: ceremonia con toma

Esto ya es extenso, la noche fue larga. Los recuerdos precisos son pocos y los relatables menos.
Para la toma se pernocta: se empieza a la noche y se termina a la mañana siguiente, con unas horas de sueño entre eso de las tres y las siete de la mañana.
El día mismo de la toma estuve medio a pleno, así que llegué cansado. Esa semana además ya había notado que estaba llegando nuevamente al agotamiento por múltiples actividades. Terminé mi clase de kung fu, eché a todos de casa y me fui corriendo, rápido baño y cambio de ropa previos.
Había que llevar una colcha o bolsa de dormir y agua. Le agregué unas pantumedias, desodorante y el cepillo y pasta de dientes.
Traté de ponerme a tono mirando el documental “Ayahuasca, la serpiente y yo”, pero no conseguí interesarme. Algunas frases se me filtraron, pero no sé de qué va. Igualmente, llegando a Urkumanta, me sentía sólido y confiado.
Una vez más, los participantes van llegando lentamente y entrando al salón. Sólo puedo pensar en que lleguen para que podamos empezar, terminar, llegar al otro día y cortar el ayuno. Odio no comer.
Jorge empieza a hablar, da ideas generales y las mismas instrucciones concretas: tratar de no pensar, dejar que todo ocurra, concentrarse en el cuerpo. Explican el manejo básico del espacio: cómo moverse para no interrumpir el viaje de los demás y otros detalles. Dos chicos que participan regularmente ofician de asistentes. Al lado de cada placa de goma espuma hay un balde de plástico y una servilleta, indicados para el caso de querer vomitar.
Dejan absolutamente claro que el recinto no se abandona hasta la mañana siguiente: simplemente no te van a dar acceso a la calle hasta que haya pasado la noche. Ni en pedo me iba, igual.
Bajan las luces y empiezan a cantar. Al rato ofrecen la bebida.
Uno por uno vamos pasando frente a ellos y nos dan un cuenquito pequeño con una bebida no tan fea como esperaba. Bebemos y devolvemos el cuenco para el siguiente. Me siento a esperar que haga efecto. Puede haber pasado casi una hora en la oscuridad, no sé bien. En el momento en que se me puso pesado el estómago me acosté sobre mi placa de goma espuma, pero al rato vino Jorge a señalarnos la conveniencia de estar sentados, “para no dejar el cuerpo abandonado”, explicaría después.
Me visitan algunas sensaciones familiares, similares a la pesadez del san pedro. No dejo que prendan las ideas que eso me despierta: sé que esta experiencia es distinta.
La parte central, como siempre, es indescriptible. En algún lugar de mi ser que identifico al mismo tiempo como mi corazón y como otra parte, absolutamente abstracta pero igualmente central, siento una fuerza-acción persistente que a través de vibraciones muy veloces, como temblores continuos, intenta modelar, modificar ligeramente la forma o posición de mi corazón, de mi ser interior.
Me parece en términos generales un fenómeno benévolo, o no siento el impulso de resistirme a eso.
El miedo que me diera la performance sin toma no aparece ahora. Jorge canta y agita hojas, alguien toca algo más que ahora no recuerdo. La vibración de los cantos es impredecible y sin embargo guía la experiencia. Resuena en mi cuerpo de un modo tan sutil que es imperceptible, y sin embargo sé claramente que está propulsando el viaje.
Siento que hay un inmenso, realmente muy nutrido y veloz intercambio de información entre mi núcleo y esta fuerza-acción, que es al mismo tiempo tan sutil que podría ni notarlo, y tan grande y significativo que podría escribir libros y libros con el contenido de ese diálogo, en caso de poder volcarlo a palabras.
Así que ni en pedo intento volcarlo a nada, ni siquiera intento fijarlo o chequear sus contenidos. Me guío por la sensación de benevolencia y me dejo hacer. Cuando la percepción de esa fuerza – acción se retira, me queda la certeza de que fue lo más significativo de la noche, y que para saber qué fue van a hacer falta algunas semanas y ver qué cosas concretas empiezo a hacer, o dejo de hacer. No siento urgencia ni curiosidad por ver el desarrollo subsecuente de eso: tengo mucha certeza de que fue correcto y con eso me alcanza.
Los cantos de Jorge y Silvia son permanentes, imagino el esfuerzo físico que significa mantenerse todo ese tiempo cantando y me dan ganas de agradecerles. También de hacer el chiste de que si se cansaron de cantar la mitad de lo que yo me cansé de escucharlos, debe haber sido agotador. Pero no está la confianza, ni es el momento. Y la verdad es que tampoco me cansé. En el momento se sintió todo totalmente necesario y armónico. De hecho, después de una vida de ácida crítica artística, me encontré acá con un aspecto del cantar que es totalmente necesario a nivel humano y del todo independiente de mis criterios estéticos.
En este contexto, se habla para hacer algo concreto que es distinto de pasar un mensaje textual: hablar es una acción para un objetivo específico vinculado a la creación de la atmósfera que sostenga el viaje en un plano preciso. Así que se habla cantando.
Cantar parece el equivalente a acunar a un bebé, un acto físico, crear un conjunto de sensaciones físicas que lo lleven a uno a un estado concreto. El canto es bastante sólido, tangible, durante la ceremonia.
Uno de los asistentes había usado la imagen de “oleadas de intensidad creciente” para describir la acción de la ayahuasca, y fue tal cual: pasada la primer ola, me encontré termporalmente sobrio. Eso pasó varias veces en la noche, y era casi gracioso el contraste de intensa sugestión visionaria a lucidez ordinaria. Generalmente llegaba a esos momentos de lucidez o con cierta impaciencia de que “pasara algo”, o con una alegría clara de que “había pasado algo” en la ola previa.
La siguiente oleada me sumió en sensaciones más confusas, más agitadas. Difícil de recordar incluso, mucho más de poner en palabras. Empezaron ahí las visiones, bastante típicas: un conjunto de paisajes e insectos flúo, bastante abigarrado en detalles. Otro de los asistentes lo describió a la mañana siguiente como “lo que ví de ácido, pero versión l.e.d.”. Es la parte que menos me interesa, en todos mis viajes.
En uno de los momentos de sobriedad se me acerca Silvia y me pide que la acompañe para que me sople tabaco.
Me siento en posición senza, sobre los talones frente a ella. No recuerdo ahora todos sus movimientos, pero me sopló tabaco en la cabeza, en el pecho, espalda y manos; tras lo cual apretó mi cráneo con ambas manos en varias direcciones, luego mi pecho y finalmente mi abdomen, pasándome también alguna especie de fragancia muy fresca. En ese momento todavía tenía varios dolores de la tensión con que había llegado -durante la toma se me hizo evidente que estaba más agotado de lo que pensaba y que esto no es sostenible mucho tiempo más- y las maniobras de Silvia me aplacaron mucho los dolores. También me dispararon el pensamiento de que no recuerdo que una mujer me tocara con la intención expresa y decidida de arreglarme, y eso me hizo llorar un poco. No fue autocompasión sino algún tipo de constatación, como de una tristeza que estaba ahí y de la que no me acordaba. También me acordé algo que noté alrededor de mis quince años: a partir de mas o menos los siete, ocho años, nunca más, cuando me sentía asustado de chico, se me ocurría pedir ayuda a mi madre. Sabía que no iba a venir. Me había olvidado que en un momento de mi vida había cobrado conciencia de eso.
Cuando vuelvo a mi lugar, me siento mucho más fresco, liviano, fuerte, sintonizado conmigo mismo.
Me siento a esperar.
La tercera oleada me desató una serie de consideraciones personales: sentía claramente la presencia de la planta como un espíritu o personalidad independiente, afín a lo humano pero esencialmente otra especie. Amable.
Pero fui enseñado a no confiar en la amabilidad de extraños.
Tras ocho años de práctica con mi maestra de meditación, recuerdo las veces que me contó sus pocos encuentros con energías extra humanas, y su reacción sistemática de encomendarse únicamente a su yo interior, y me sigue pareciendo la única vía con la que coincido.
Mientras siento la presencia intensa de la planta, también me desprendo de ella jurando fidelidad a mi yo interior en primera instancia, y me pregunto entonces porqué estoy acá.
Esta oleada es la más intensa físicamente: no hay malestar, pero sí una laxitud extrema y cierta sensación de derretirme físicamente, de caerme en pedazos. No es fea. Me respondo porqué estoy acá: estoy buscando conocimientos. Y me interrogo si de todo el vasto universo para conocer es acá que está lo mío. Si después de tanto tiempo de camino interior, con tanto por recorrer aún, debiera volcarme a conocer cosas externas, como lo que me pueda enseñar la planta. O si es sólo otra forma de conocerme internamente, reflejado en lo que la planta me pueda mostrar. O si es un camino compatible. O si es algo tan divergente que sea simplemente incompatible. Pienso en mi propio camino todavía postergado como sanador. Los cantos de Jorge llenan todo el espacio, interno y externo. Su incidencia es clara, del mismo modo que es claro que no lo está dirigiendo: está al servicio de la ceremonia y haciendo lo que el viaje dicta. Una vez más, siento en sus actos el poder que da la modestia de hacer sólo lo que resulta evidente e inevitablemente necesario. La precisión, compromiso y sentido que surge de estar simplemente en el rol asumido, con el ego en segundo plano. Está claro que se desarrollan capacidades interesantes en el camino chamánico, pero sigo sin saber si son las que me corresponden.
Mientras mi cuerpo se cae a pedazos y me pregunto si el camino chamánico tiene algo para mí, me respondo que casi seguramente no.

Pasa el tiempo

Recuerdo uno de mis objetivos de ir ahí: establecer contacto más fluído con mi yo interno. Ya renegué de la planta en su misma casa, y ahora pido a mi yo interno que me tome. Escucho un mensaje interno sobre la conveniencia de dejarme llevar sin más, pero es lo que nunca quise. Pido ver la verdad a través de sus ojos, tal como la vea él. No quiero más sombras de segunda mano.
Me veo repentinamente elevado a un espacio del que sólo puedo ver que tiene ángulos agudos, parece un túnel triangular, pienso que está muy alto y al mismo tiempo a la altura de mi entrecejo. Me veo desnudo ahí, contemplando un pasaje desértico. Sé simultáneamente que la verdad es demasiado desnuda para mi, y que en realidad no, que es solamente cuestión de aceptar que nada de lo que quiero está garantizado y tal vez ni siquiera cerca. El temor a la mortalidad pasa como una idea intelectual, no me detengo a considerarla. Empiezo a dudar de si lo que ocurrió llegó a su fin, o lo interrumpí, o lo preparé para que ocurra más adelante. Sé que puede haber sido el segundo momento más significativo de la noche.
En algún momento después de esto, me surgen cuestionamientos hacia la planta: ¿realmente nos da regalos? ¿porqué lo hace?
Me surge la idea de que sea simplemente parte de su carácter autoproclamarse embajadora interespecies, y brindar muestras gratis de su mundo. En esa línea de consideraciones se me ocurre que tal vez también sea una exploradora que nos use para vivenciar el mundo de lo humano. Me surge el deseo momentáneo de alcanzar el status de embajador interespecies y ofrecerme a la planta como un espíritu humano a través del que experimentar lo concerniente a nuestro mundo, pero me doy cuenta de todo lo que me falta para poder ser representativo de semejante cosa. Y por otro lado no creo que la planta me necesite para eso, incluso aunque lograra llegar.
Todo esto suena ahora a especulaciones ociosas de un drogado paranoico o suspicaz, pero cuando sentís la presencia de una inteligencia dentro tuyo, tiene la textura de pensamientos casi políticos, de estrategia de conducta con los vecinos. No es la entrega recomendada, pero es como estuve en ese momento.
Cambio de línea de consideraciones: no conozco ningún ejemplo de generosidad en la naturaleza, más que la de las madres con sus cachorros. Todo lo que recuerdo son ejemplos de cacería, trampas, cultivo o pastoreo.
De repente me parece super claro que Jorge y Silvia hacen la ceremonia como una ofrenda a algo externo, y siento que hay duda en ellos: nunca saben si lo que llaman va a venir. Siento los cantos como una llamada y veo toda la situación como una barca momentáneamente meciéndose en las olas, emergiendo un breve momento que es en el que puede llegar a ocurrir que nos encontremos con lo que ellos estén llamando, que va a venir a cosecharnos. También sé que hoy no, no va a venir, y siento que esta certeza está basada en la elevación de recién.
Tengo conciencia de la soberbia, desconfianza y toques truculentos que hay en mis pensamientos, pero no me produce aprensión ni culpa. Las ideas pasan y noto que en ningún momento pensé en irme o en descalificar a los anfitriones en sus tareas, a pesar de haber estado momentáneamente convencido de que estaban siendo engañados y aprovechados por alguna entidad extra humana para alimentarse a nuestras expensas. Supongo que una vida de escuchar V8 y leer Lovecraft le termina destiñendo el morbo a ciertas ideas.
El viaje sigue y de repente se me hace presente mi corazón. Vengo teniendo una serie de consideraciones al respecto, todas referentes a fortalecerlo para liberarlo de una prisión somática en que siento que lo metí. Pero ahora aparece como una masa robusta de luz, intensa, notablemente fuerte. Me es dicho que el corazón está bien y se va a liberar solo. Recuerdo las recientes lecturas de Wilhelm y Jung: el corazón manda, no se lo puede domesticar. Si quiero moderar su acción sobre los pensamientos el camino es otro, pero el pensamiento solamente tiene que contemplar y seguir los dictados del corazón: la diferencia de fuerzas es tan marcada que es ridículo volver a pretender siquiera que el pensamiento pueda dirigir o controlar al corazón.
Me siento feliz de haberlo sabido, al fin, de un modo tan contundente.
En ese momento decido salir al baño y se me corta el viaje.
También está Martín, uno de los asistentes esperando que el baño se habilite. El que está adentro tarda tanto que el viaje se me termina de cortar y estoy casi enteramente sobrio de nuevo. Puteo y pienso volver a entrar, pero tampoco quiero estar yendo y viniendo. Me enojo y me imagino entrando al baño para encontrar a un pelotudo drogado mirando la luz re colgado y sacándolo a bifes en la nuca. Pero también me imagino entrando y encontrando a un pobre tipo re avergonzado con la panza llena de ayahuasca y tratando de tirarse un pedo sin que lo escuchen, y siento que ni siquiera puedo decirle “che, hay gente esperando”.
Martín maneja la situación con delicadeza y adecuación. El tipo de cosas que uno también valora de un espacio de convocatoria.
Aprovecho para preguntarle si puede ocurrir que uno tome y no vomite, porque en contra de mis expectativas, me sentía bastante estable del estómago.
Me responde que si, y cuando vuelvo a entrar ofrecen una segunda toma.
Dudo un rato, pero la codicia termina ganándome y me siento para la segunda toma. Esta sí, se me hace muy fea de sabor. Vuelvo a mi lugar escalofriando y sacudiendo la cabeza por el regusto. Al ratito me doy cuenta de que fue exagerada e innecesaria, y que va a ser desagradable. Me resigno: ya sé que intentar sacarlo del cuerpo una vez ingerido es peor. Además esa había sido una indicación expresa de Jorge, y todas las demás que había dado se venían cumpliendo, así que… “cuando quiera salir, saldrá solo”, me dije, y me recosté.
Entre oleada y oleada de sobriedad y efectos, empecé a sentir de vuelta la presencia de la planta en mi, pero esta vez de un modo menos amable: ahora ya no la quería, y lo que antes fue un amable desapego con una clara -o aparentemente clara- colaboración del espíritu de la planta, ahora fue una lucha bastante esforzada de mi parte por echarla de mi. Esta lucha no fue inmediata: al principio se sintió más como un reencuentro incómodo con un vecino con el que te acabás de cruzar, agotaste todos los formulismos de saludos y todavía te esperan veinte pisos de viaje en ascensor. Una parte mía decía que era esperable, con todo lo que había pasado en la primera toma. Debería haberme ido a dormir y esperar unas cuantas semanas a haber asimilado todo lo ya hecho antes de volver a subir.
Otra parte nada más puteaba.
Tampoco fue una lucha que ganara: en cierto momento se puso muy intenso el rechazo hacia la planta en mi ser, pero la certeza de que era cuestión de tiempo que todo terminara me ayudó a pasar el rato.
No miré casi en ningún momento a izquierda ni derecha, pero fue notorio que la segunda toma nos pegó a todos de un modo más violento que la primera. Alguna gente vomitaba, todos eructaban profusamente, algunos se movían sin que quedara claro si era de modo voluntario o no. Durante un rato no quise vomitar, principalmente por no volver a sentir el sabor de la bebida, pero en algún momento, espontáneamente, lo hice. El vómito fue sin esfuerzo, sentado, dentro del balde que sostenía con una mano. La bebida simplemente salía de mi, sin retorcijones ni espasmos. No era agradable, pero tampoco era sufrido. La sensación de alivio fue tan clara e inmediata que quería empezar a gritar a los demás “hacete amigo del balde!!”. Realmente le deseaba a todos la mejoría increíble que experimenté. Por un rato me sentí tan fresco que perfectamente me podría haber ido a mi casa o a trabajar, aunque debían ser cerca de las dos de la mañana. Al rato me encontraba nuevamente desplomado, con sensación de mucha laxitud y pesadez, pero bastante bien. Escuché a uno de los compañeros lanzando y me puse tan contento por él que quise levantar un dedo para decir “ese pibe sabe: dénle un plan”. Pero me sentía demasiado pesado para eso.
En cierto momento la pesadez remitió un poco, y me di cuenta de que sentía varias incomodidades.
Pensé en pasarlas hasta la mañana, pero decídi pedir ayuda. Silvia estaba trabajando con alguien, Jorge estaba parado fumando su pipa. No tenía claro si habían tomado o no.
Me le acerco un poco tambaleante, como torpe, y le explico como puedo que me sentía incómodo, y si habría algo que se pudiera hacer para afinarme. Me respondió que todo lo que estaba sintiendo eran pensamientos míos: que lo hacía yo y la planta solamente lo amplificaba, por lo que fuera a donde fuera me sentiría igual. Su cara estaba casi desprovista de rasgos en la oscuridad, los ojos parecían grandes agujeros negros, la boca una comisura desmesurada. Me pareció que estaba entendiendo que me quería ir, vino el amago de un enojo y se fue, y le dije “en realidad vine a pedir ayuda: hace un rato Silvia me hizo una imposición de manos y me ayudó bastante”. “Ah, entonces si”, dice y me invita a sentarme frente a él. Me sentí seguro, sin razón alguna, de que él también había tomado. Pero nunca lo pregunté, así que todavía no lo sé.
Empezó por golpearme suave y rápido con unas hojas en la cabeza y los hombros. Todavía persiste en mi el observador recalcitrante que se siente molesto por este tipo de cosas, pero la impresión fue de movida agradable, y al irse acumulando los golpes aumentaba la sensación de que despejaba algo.
También me sopló la cabeza, espalda, pecho y manos con tabaco y me apretó el cráneo, pecho, espalda y abdomen. Me alegré de haber tenido la oportunidad de experimentar el mismo tratamiento a manos de una mujer y de un hombre.
Se tomó un descanso y no supe si había terminado o no. Me fui quedando y elevó algo que en la oscuridad no pude ver si eran plumas u hojas hacia mi pecho, y volvió a cantar. Me alegré también de haberme quedado, porque el segundo en que me iba a levantar hubiera coincidido con el que me iba a señalar con las plumas. En cierto momento, acerca la cara a mi pecho y canta hacia mi corazón. Siento que duda al hacerlo, como si no estuviera seguro de lo que hace. Y enseguida me corrijo, no es duda: es la expectativa del que actúa por intuición, sabiendo que lo que hace es correcto pero esperando a que se produzca la respuesta que muestre porqué.
Vuelvo a mi lugar nuevamente reconstituído: muy fresco y lleno de energía.
La siguiente media hora pasa en un estado casi eufórico, de mucha alegría y tendencia a las risas y las fantasías amables. Volvió la misma constatación de mi última toma de ácido (en archivos del grupo figura como “Dos cartones, 39 años…”), con una revelación más. Aparecieron en mi mente imágenes de formar una familia y una naturalidad impensable hasta ahora en la comprensión del porqué: nunca en toda mi vida sentí con tal naturalidad que la vida se trata solamente de irla pasando, y de cuánto agrega el afecto a esto. La sexualidad, que hasta ahora era mi motor romántico y mi mayor razón para asociarme con alguien, se acomodó sola en un lugar marcadamente secundario, varios escalones abajo del afecto. Todo se trataba de armar un clima agradable para la vida, y eso se hacía viviendo sencillamente y con la gente que uno quiere. No era una fantasía romántica sobre lo fácil que es formar una familia, sino la constatación directa de las bases reales del porqué vale la pena.
En una nota parecida, pasó por mi mente la idea que vengo barajando de dejar por un tiempo mi trabajo vocacional como facilitador. La última vez que lo había pensado me había encontrado con la sensación de que ese trabajo es lo que en mis ratos libres hago por la gente y cumple las veces también de vida social, y que en caso de dejarlo perfectamente puedo absorberme en actividades y dejar de tener vida social. Algo a lo que temo porque mi tendencia a la soledad puede ser fácilmente tóxica.
Esta vez, sin embargo, a la luz de esta sensación de afecto que irradiaba todos mis pensamientos, la posibilidad de simplemente encontrarme cada tanto con alguno de mis amigos me parecía totalmente natural y factible. Ya no como una tarea más que tenía que intercalar entre todos mis deberes para no entregarme a lo negro de la soledad, que me imponía el ingrato precio de tolerar las cosas que no me gustan de las personas y que con precario ingenio había conseguido hibridar con mi trabajo y vocación, sino como el placer sencillo de ver gente que por algún motivo me resulta agradable ver. Conecté con una característica estética del afecto, pura, independiente de obligaciones y libre de compulsiones o reacciones a mis diferentes miedos: miedo a la soledad, miedo al compromiso, miedo a la exposición… me sentía muy ligero y dueño de mis tiempos, con espacio alrededor como para moverme libremente entre tareas sencillas y placeres sencillos.
La noche siguió pasando y el cansancio se cobró lo suyo y quedé aplastado. Los compañeros de toma estaban vomitando, eructando, llorando, suspirando y moviéndose convulsivamente. Los cantos de Jorge y Silvia seguían. Me había acostado en el piso y tapado con mi colcha. De algún modo, todo se concertó como un sonido y una escena precisos: jadeos y golpes rítmicos, y el recuerdo de ser muy, muy chico y taparme con una sábana para no ver a mi madre y otra gente cogiendo, pero escucharlos todo el rato. La sensación que acompañaba todo eso era una forma muy extraña e intensa de miedo. Con la adrenalina de saber que estaba todo a pocos pasos, sólo tapado por una sábana.
De a poco, casi todos fueron terminando sus procesos y Martín tomó la guitarra para generar un clima de sosiego. Habrá estado tocando media hora, hasta que quedamos todos dormidos.
El resto fue dar vueltas durmiendo de modo intermitente sobre el suelo hasta el amanecer, donde nos despertaron disponiendo un desayuno de frutas, pan, queso, miel, galletas, té y agua. En algún momento se habían llevado los baldes, gesto que agradecí internamente con mucha alegría. Se hizo una ronda de comentarios para compartir las experiencias durante el desayuno, disfrutamos un poco la sensación de frescura colectiva que quedó, y nos desbandamos.
Resumiendo: sensaciones encontradas por todos lados. Para todos los que estén queriendo iniciar, ampliar o profundizar un camino de conocimiento, autoconocimiento, experiencias enteogénicas y experiencias chamánicas, Urkumanta es un buen lugar. Muchos de los problemas que otros tuvimos que enfrentar están perfectamente resueltos y la buena voluntad e idoneidad de los anfitriones es impecable. Más que eso: es nutritiva para los asistentes. Y además son accesibles, ordenados, sencillos… en todo aspecto, es recomendable.
Personalmente, encontré algo tan específico y único en la experiencia que la hace muy reconocible y me plantea la necesidad de reflexionar si es o no parte de mi camino. Creo que de todos modos voy a repetirla.
El tiempo dirá.

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